Pinto, luego existo
Cuando el homínido comenzó a pintar sobre las paredes de las cuevas en las que habitaba, hace aproximadamente unos 30.000 años, era el momento en el que coexistían en el sur de Europa los Cromagnon con los Neandertal, dos diferentes especies de humanos que se mezclaron, antes de que una de ellas se extinguiera sin que aún sepamos las causas.
Texto de Juan Muro
La pintura esperó algo más que la escultura para hacer acto de presencia, puesto que requería una elaboración conceptual superior a la de la escultura: se trataba de recoger mentalmente la imagen de un objeto tridimensional para traducirlo a una representación bidimensional, en el caso de una imagen naturalista. En el caso de un símbolo, la elaboración alcanza complejos niveles de sofisticación, puesto que ha de concebirse como un elemento no existente en la naturaleza.
En esta época de la Prehistoria que llamamos el Paleolítico Superior, aparecen en muchas cuevas del sur de Europa, en especial en el sur de Francia y en España, pinturas de un arte que hemos llamado “parietal” (pintadas en paredes) y que como primer significado tiene el de decirnos, “Aquí hubo personas”.
El hombre comienza pintando símbolos: puntos en hileras, círculos concéntricos, ‘peines’, símbolos triangulares… y también estampando manos.
No conocemos sus significados, aunque existen varias teorías que intentan explicarlos, pero sí nos sirven para saber que fueron ‘hombres’ quienes los hicieron, por varias razones:
-La primera es que no sabemos de animales que se dediquen a pintar con la destreza y la constancia necesarias para dejarnos la herencia que hemos encontrado en los abrigos rupestres.
-La segunda es que muchas de las manos estampadas tienen amputados los dedos meñiques, un asunto ritual, sin duda, muy lejano a la capacidad que pudiéramos otorgar a un animal.
-Otra es que, aunque la técnica necesaria para hacer esos dibujos es extremadamente simple, es lo suficientemente compleja para que quede fuera del alcance de cualquier otro simio superior.
-Aún hay más, la disposición de las pinturas en los muros de las cuevas es aleatoria, se distribuyen sin una previa preparación por cualquier sitio, pero en muchas ocasiones encontramos gran cantidad de ellas acumuladas en oquedades, recodos y lugares de muy difícil acceso, fuera de los espacios de contemplación directa de la mayoría de habitantes y solo reservados a quienes conocían con precisión las cavernas, lo que solo podemos interpretar como indicio de cierta iniciación ritual o mágica.
En el mismo periodo de tiempo (muy extenso, eso sí, abarca desde el 30.000 hasta el 18.000 Antes de Cristo), aparecen contra todo pronóstico pinturas extremadamente naturalistas, basadas en una observación minuciosa de la naturaleza, que se visualiza mentalmente, se conceptualiza para representar lo que el ojo ve y no lo que la mente sabe que en realidad es el objeto, figuras de animales pintadas siempre de perfil, si son mamuts o caballos y de frente si son ciervos, con un gran dinamismo y sensación de movimiento.
Estas primeras pinturas no son más que grabados arañados en las paredes de cuevas del suroeste francés, entre el 25.000 y el 20.000 a.C. La aparición de pigmentos no se dio hasta el 18.000 a.C. La gama cromática es terrosa, con predominio de rojos, negros, amarillos y ocres, más algún tono violeta derivado del manganeso. Los colores provienen de minerales naturales que se molían hasta reducirlos a polvo, sin ningún aglutinante como el aceite, sino aplicados directamente sobre una superficie caliza húmeda. La forma de aplicarlos consiste en frotar los contornos con el dedo, con palitos masticados o con brochitas y esponjas de pluma, pelo o musgo. Es curioso observar que para el interior de la figura, el polvo del pigmento se introducía en huesos horadados, como tubos, para soplarlo sobre la superficie rocosa. Esta técnica es la que se usa para las imprimaciones de manos: el artista apoyaba su mano, generalmente la izquierda, sobre la pared, y soplaba encima el color; al retirar la mano quedaba el vaciado de la huella en la pared.
En resumen, hubo unos pintores en España y Francia, hace más de veinte mil años, que nos demostraron con su arte algo difícil de creer: que su nivel de inteligencia trascendía la mera habilidad manual del Homo Habilis, para situar a nuestra especie mucho más cerca del nivel intelectual del hombre actual que lo que ningún animal había alcanzado hasta la fecha.
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